Este pueblo comparte su paisaje con un volcán, el Popocatépetl. No importa si se está en una terraza o en la punta del Cerro de San Miguel, el gigante siempre aparece a lo lejos con su nube de humo, y su presencia acompaña el vaivén de los días en este rincón poblano. No hay frío aquí, así que árboles frutales, plantas y flores crecen despreocupados.
Los atlixquenses viven del comercio de esos regalos de la tierra, además tienen la costumbre de celebrar con floridos tapetes sus mayores fiestas.